jueves, julio 4, 2024
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La vida extraordinaria de Alejandro Magno

En “Seis lecciones de Historia y otras incursiones en el mundo antiguo”, se retrata al conquistador que formó uno de los más grandes imperios de la historia

lejandro III de Macedonia, conocido para la posteridad con el apelativo de Alejandro Magno, nació una noche del 356 a. C. en Pela, en la nueva capital que su padre, Filipo, ocupado en el asedio de Potidea, había hecho construir en la llanura. Tal vez la reina madre fuera asistida por Nicómaco, el médico de la corte, que se había hecho famoso por ser el padre de Aristóteles, el gran filósofo que fue maestro de Alejandro durante tres años.

Más tarde, el niño fue, sin duda, confiado a las nodrizas para que fuera lavado, perfumado, fajado y preparado para la vida; una vida extraordinaria, una de las más aventureras que ha vivido un ser humano.

Existe una vasta hagiografía sobre su infancia. Alejandro se convirtió en leyenda muy pronto, una leyenda destinada a durar milenios. Fue un hombre extraordinario tanto en la juventud como en la edad adulta, y de ello podemos suponer que fue extraordinario también de niño, y de ahí que le atribuyeran toda una serie de comportamientos maravillosos.

"Seis lecciones de historia", de Valerio Massimo Manfredi (Edhasa, $ 24.500)
«Seis lecciones de historia», de Valerio Massimo Manfredi (Edhasa, $ 24.500)

Parece que sus maestros avisaron muy pronto a su padre, Filipo, que ya no tenían nada que enseñarle, porque el niño era ávido de conocimiento, brillante e inteligente. Se cuentan diversos episodios también sobre su sensibilidad; por ejemplo, se dice que una vez, dentro de un santuario, Alejandro habría empezado a echar incienso en un brasero con prodigalidad. Al verlo, el maestro Leónidas lo habría reprendido: «Usarás con tanta abundancia una sustancia tan preciosa cuando hayas conquistado los países que la producen».

Ésta es, sin duda, una construcción hagiográfica a posteriori, pues conocemos que en la vigilia de su muerte Alejandro estaba proyectando la conquista de Arabia, justamente la tierra de los aromas, el incienso y la mirra, sustancias preciosísimas. En todo caso, el niño que fue habría respondido que no había que ser avaros con los dioses, sino que era preciso ser generosos para obtener su favor. Y esa misma propensión a la religión lo habría perseguido durante toda la vida; ya de adulto, continuó oficiando los cultos a los dioses él mismo personalmente.

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En los tiempos en que Alejandro nacía, su pueblo, el macedonio, se establecía oficialmente en la llanura. Parece que la palabra makedon significa «montañés» y, en efecto, éste es un signo del origen de los macedonios. Habitaban en un primer momento en los lugares montañosos de Lincéstide y Eordea, es decir, las zonas más septentrionales del país. Más tarde, sobre todo gracias a Filipo, es cuando se establecieron en la llanura, convirtiéndose así en un pueblo dedicado a la agricultura, ligado al territorio y dividido en tribus. Esas tribus serían quienes habrían proporcionado las distintas unidades del ejército, según la extraordinaria reforma militar de Filipo. Fue él quien repartió el ejército en falanges, inspirándose, según parece, en el modelo del Batallón Sagrado de Tebas, que había conocido mientras fue rehén de esa ciudad en su juventud.

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Alejandro, pues, se dispone a vivir su vida. Existe, como ya hemos anticipado, una vasta bibliografía sobre la condición de Alejandro en su juventud, con episodios destinados a perpetuarse y a convertirse en objeto de obras de arte. Ante todo, la famosa caza del león, en la cual un joven Alejandro tomó parte junto con su padre y sus amigos, entre los cuales se distinguió Efestión, que le salvó la vida.

El aspecto más interesante de este episodio es que, por aquel entonces, aún existía el león en Europa, lo que nos obliga a pensar en cuánto se ha degradado nuestra naturaleza y medioambiente con el paso de los siglos. Eran leones indios, no africanos, una especie que aún sobrevive (en pequeñísima cantidad) en la India noroccidental, en el bosque de Gir. La aventura de la caza del león fue encontrada en un mosaico compuesto por pequeños guijarros coloreados en Pela, en la capital. Y esto significa que la historia de la caza del león debía de haberse convertido en un topos, un clásico que se contaba frecuentemente, quizá también en las escuelas. Formaba parte de los mirabilia y de las res gestae de este gran soberano.

De la juventud de Alejandro, sin duda, lo más relevante fue su formación. El rey Filipo no reparó en gastos para su educación, y reclutó a la mente más sobresaliente de su época –y quizás una de las más brillantes de todos los tiempos–: el filósofo Aristóteles.

Aristóteles era ciertamente uno de los hombres más famosos de su tiempo en toda Grecia. Para crear esa especie de universidad privada, Filipo remodeló una residencia en Mieza, no muy lejos de Pela; convirtió así tanto los edificios como los jardines en un lugar agradable y ameno, con fuentes y bosquecillos, muy parecido, en el fondo, a lo que hoy vemos en ciertos campus americanos. Aristóteles estuvo con Alejandro durante casi tres años, y hemos llegado a saber que algunas de sus lecciones eran llamadas «acroamáticas», o sea, sólo para el príncipe, al punto de ser incluso secretas.

En el momento en que Alejandro partió a su expedición a Asia, se enteró de que Aristóteles había publicado parte de estas lecciones, y parece ser que, dolido, le escribió una carta bastante molesta. Pero había también quien ironizaba sobre la posición de Aristóteles. Le había sido negada la presidencia de la Academia –porque llevaba el pelo de la nuca sobre el cráneo un poco calvo, y esto en la época era considerado un signo de escaso equilibrio psíquico–, y se dijo entonces que Aristóteles se vengó creando a Alejandro. Claro está que a Alejandro no lo creó Aristóteles, sino que el hombre se forjó a partir de una serie de situaciones determinantes en su vida, además de la educación recibida de sus padres.

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¿Qué pudo influir en la formación de Alejandro? Ciertamente, la cercanía de sus padres. Filipo era un hombre de gran inteligencia, gran agudeza, gran valor y gran fuerza de ánimo y racionalidad, aunque excitable y colérico. De él, el orador Isócrates llegó a decir: «Es el más grande “europeo” de nuestro tiempo». Los hombres más clarividentes veían en Filipo al único capaz de unificar las fuerzas de todos los griegos para desembarazarse de una vez por todas de su secular enemigo: el Imperio persa. La educación de Alejandro debió de ser rígida, porque ésa era la costumbre: los hijos de los nobles eran mandados al palacio real, donde recibían una educación muy severa junto al príncipe heredero mismo. A ellos se les concedía incluso montar guardia delante del tálamo real, es decir, el dormitorio del rey, lo que implicaba una demostración de plena confianza. Al mismo tiempo, sólo el rey podía infligirles cualquier castigo, incluso corporal, en el caso de que hubieran cometido algún error.

Ciertamente también Olimpia, la reina madre, debió de influir sobre Alejandro. Era una mujer de carácter muy particular, inquietante en muchos aspectos. Se le atribuían extraños comportamientos, y en la corte corrían rumores de que se dedicaba a cultos orgiásticos e incluso que había hecho sacrificios humanos. Lo más probable es que se tratara de chácharas difundidas por gentes hostiles a la reina después del fallecimiento de Alejandro, pero algo de verdad debe subyacer en tanta palabrería, como demuestra lo que ocurrió después: cómo ella se comportó con sus enemigos, con un espíritu de venganza tan terrible que creó incluso una leyenda. Olimpia sabía ser lánguida a la vez que suave, y debía estar ligada a su hijo por una relación muy intensa, casi morbosa. El propio Alejandro estuvo siempre muy apegado a su madre, a la que siguió escribiendo constantemente durante sus expediciones militares, y también le mandaba regalos, como las más bellas telas, del botín conseguido en los saqueos.

El historiador italiano Valerio Massimo Manfredi escribió un libro en el que conviven los retratos de Alejandro Magno, Julio César y Ulises con otras reconstrucciones del mundo antiguo
El historiador italiano Valerio Massimo Manfredi escribió un libro en el que conviven los retratos de Alejandro Magno, Julio César y Ulises con otras reconstrucciones del mundo antiguoPacific Press – LightRocket

Sin embargo, con su padre, Filipo, tuvo una relación conflictiva, no en balde ambos tenían caracteres muy fuertes. Dos son probablemente los rasgos del carácter de Alejandro: la racionalidad del padre y la pasión de la madre, tal vez personificados en los ojos, uno negro y otro azul, que se le atribuyen. «El ojo negro como la muerte, el ojo azul como el cielo», llegó a decir Giovanni Pascoli en el poema Alexandros.

Pero ¿qué le enseñaría Aristóteles a Alejandro? Por desgracia, como hemos dicho, la mayor parte de las lecciones eran acroamáticas, es decir, reservadas, y, si bien en parte fueron publicadas, no han llegado hasta nosotros. El tema ha sido el argumento de muchos cuadros del período neoclásico, precisamente porque la idea de que el jovencísimo caudillo y el más grande de los filósofos anduvieran juntos fascinaba a los pintores.

No cabe duda de que Aristóteles le enseñaría sobre las ciencias naturales, de las que era uno de los máximos conocedores de su tiempo. Lo deducimos del hecho de que, cuando Alejandro marchó en expedición a Oriente, a medida que encontraba plantas raras o animales nunca vistos, se los iba mandando a su maestro para su colección.

Hay otro aspecto muy interesante: las lanzas macedonias. Las famosas sarisas, fabricadas con un único trozo de coralina (una planta durísima) servían para formar una célebre e impenetrable barrera de picas de hierro en la infantería pesada de línea. Así, cada asta tenía su médula, de una resistencia formidable. Sabemos de esta planta por Teofrasto, discípulo de Aristóteles, lo que nos lleva a deducir que, probablemente, en la elección de los elementos que habrían configurado la fuerza del ejército macedonio, la ciencia del gran Aristóteles tuvo un papel importante.

También el maestro le enseñaría, sin duda, las constituciones de las principales ciudades griegas –Aristóteles las coleccionaba–, porque aquello era útil para la formación política de su discípulo. Alejandro, sin embargo, con toda probabilidad no siguió sus enseñanzas; Aristóteles, en resumen, era un griego de su tiempo y como tal tenía ideas muy rígidas sobre ciertos temas, de esas que hoy serían consideradas políticamente incorrectas. Sostenía que los griegos eran los únicos hombres libres, razón por la que únicamente ellos debían gobernar; por el contrario, los bárbaros eran siervos, y el único hombre libre entre los bárbaros era el emperador, puesto que todos los demás estaban habituados a obedecer y, en realidad, debían obedecer sin más. Pero la historia nos ha legado que Alejandro fue más allá de estas ideas, realizó algunos proyectos que quizá no contentaron a su maestro.

Volviendo a las ciencias naturales, sabemos que Aristóteles era capaz de seccionar un embrión de pollo de sólo dos semanas de edad, e incluso es posible que también hubiera abierto fetos humanos. Se le atribuían, en definitiva, investigaciones tan fundamentales como sorprendentes para su tiempo. Tenía, desde luego, cultura médica, ya que además era hijo de un médico famoso. Por tanto, podemos estar razonablemente seguros de que los tres años que Alejandro estuvo en contacto con su maestro debieron ser muy intensos y provechosos, y que incidieron profundamente en la formación del joven príncipe.

Alejandro vivió devorado por una curiosidad insaciable de descubrir nuevos horizontes. Tal vez fuera Aristóteles quien le enseñara que la Tierra es redonda, pero, en todo caso, el Magno lo sabía. Estaba convencido de ello y aportaba pruebas. Entre esas pruebas, por ejemplo, sostenía que la sombra de la Tierra sobre la Luna durante los eclipses es redonda; que, cuando las naves se alejan del puerto, primero desaparece el casco, luego los mástiles… Y ciertamente enseñó al joven Alejandro muchas otras cosas, aunque por desgracia nunca las conoceremos.

Por: Valerio Massimo Manfredi

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