jueves, julio 4, 2024
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Sebastián Masquelet realizó un cruce entre cine y literatura

La nueva novela del escritor se mueve entre la comedia romántica y el drama, con el acento puesto en los vínculos familiares. 

El escritor Sebastián Masquelet realizó un cruce entre cine y literatura en su nuevo libro, Un montón de bolsas negras (Editorial Hormigas Negras). El protagonista de la historia es un joven que se gana la vida escribiendo textos publicitarios para una empresa de tours médicos, que no le reditúa económicamente ni tampoco desde el punto de vista personal. No es lo que quiere para su vida. El es guionista y tiene una vida bastante gris, pero antes había vivido un intenso romance con su novia, una relación que tendrá más cruces y vueltas en lo sucesivo, aunque con una sorpresa que le demolerá la estantería. Y en ese intercambio de cine y literatura se puede asegurar que si antes el protagonista de esta trama -donde lo familiar es una fuerte marca del autor- había vivido una comedia romántica, todo va pasando de castaño a oscuro acercándose más a un dramón.

“Yo estaba haciendo un taller con Juan Forn, que llevaba un tiempo. Había escrito Viaje de disfraces, una novela que mezclaba el diario de viaje con lo ficcional y con historias que iba escuchando. Cuando terminé ese primer libro, pasó a otra etapa la instancia de taller”, cuenta Masquelet. “Y arranqué con un libro que empezó con la idea de visitar un poco lo familiar, vínculo padre-abuelo-hijo y lo empecé a laburar ahí en el taller con Juan», señala Masquelet sobre el punto de partida de Un montón de bolsas negras. Después, fue modificándose “a medida que la historia personal iba cambiando”, según señala el propio autor.

-¿Cómo definirías al personaje?

-Como alguien muy trabado, muy complicado con hacerse cargo de algunas cosas de la vida, algo que nos pasa a todos en algún momento. Yo uso un epígrafe en la segunda parte del libro, que es una frase de Rafael Alberti: «Anda serio ese hombre, anda por dentro». Y pasa un poco eso: de estar pensando mucho todo el tiempo, es muy psicoanalizado, muy complicado con tomar decisiones en la vida. Una vida que, a veces, lo va llevando por donde quiere.

-¿Aquello que el protagonista escribe en esas publicidades funciona como metáfora de lo que le pasa?

-Sí, en algún punto pasa eso. Eso está sobre todo en la primera parte y efectivamente él tiene que hacer una venta de unos tours médicos y de algunos puntos claves. Entonces, utiliza esos pequeños párrafos de cinco o seis líneas para representar un poco lo que está viviendo en ese momento. De repente, siente que tiene que tomar una decisión o que algo le está pasando, se emborracha o se queda comiendo hasta la madrugada y, entonces, escribe un texto sobre trasplante de hígado o sobre el uso de cinturón gástrico. Que un turista se compre un paquete de cirugías estéticas, a él le sirve para escaparse, irse de viaje. En realidad, cuando uno no puede solucionar lo que tiene que solucionar, mejor escaparse, mejor irse y, entonces, va usando esas metáforas en la primera parte.

-¿En términos cinematográficos su vida pasó de la comedia al drama?

-Sí, hay algo de la historia que se repite como tragedia y como comedia. Tiene poca seriedad a la hora afrontar lo que tiene. Entonces, efectivamente utiliza los recursos del humor y del escape para no afrontar algo que, a lo mejor, es más propio del drama. Yo creo que esa frase hace referencia, en un punto, a que cuando arranca la historia de su pareja, que es algo que cruza mucho el libro, todo es una comedia linda inglesa o francesa de dos personas que se conocen y todo va funcionando bien, y después sólo queda la separación y dividir las cosas, los objetos.

-¿Cómo surgió la idea del cruce entre literatura con cine?

-Hay un personaje clave para la historia, que es el de la abuela. Una abuela que el protagonista no conoció, pero que va a lo personal: es una abuela que yo sí conocí, que me formó culturalmente. Básicamente, quedarme a dormir en la casa de mis abuelos era decir: «¿Qué película vamos a ver hoy?» o «¿Qué historia me va a contar mi abuela?», «¿Qué va a decir que es importante que yo conozca, vea, sepa?». Recuerdo mil cenas familiares donde se hablaba de tal director o tales películas o tales referencias. Y eso está puesto en la novela desde esa abuela que el protagonista no conoció pero que marcó totalmente la vida de su esposo. Parte de esas salidas culturales era ir al cine, ver películas y, entonces, el abuelo guarda fichas de películas que vio, graba VHS, recorta del diario noticias sobre cines que cerraron o abrieron. Hay una constante referencia al cine porque la clave ahí es esa abuela que marca un poco a todos con su formación.

-En un momento, él dice: «Las enseñanzas que no sacás de la familia, las tenés que tomar del cine». ¿Es un apasionado del séptimo arte o un neurótico obsesivo?

-Las dos cosas, seguro. Hay ahí algo importante que lo deja atribulado que es todo lo que no sabe, esa cosa de los secretos familiares. Secretos que pueden no ser necesariamente momentos trágicos o traumáticos, aunque probablemente para el protagonista sí lo son porque creció con su padre y con su abuelo y no tanto con su madre, de quien no sabe mucho en la historia. Hay como una ausencia constante. Los silencios, los tabúes o la dificultad de la familia para comunicar (que es algo común a cualquier familia, en líneas generales), es lo que lo lleva a encontrar otras respuestas. Ahí se vuelve medio comedia: «Lo que no aprendo porque no me lo dicen, lo saco de referencias puntuales». En este caso, del cine.

-En otro momento dice: «Escribir es una de las pocas cosas que me da placer». ¿A vos te pasa lo mismo? En ese sentido, ¿hay cosas tuyas en el personaje?

-Sí, hay cosas mías en el personaje, más allá de que todo está un poco tergiversado. O la mayoría de las historias no son mías, pero sí de otros, y me sirven para decir lo que quiero decir. En la escritura hay algo de eso para mí y, en parte, para el protagonista también: ese lugar en el que estás solo, estás sentado y si lográs aislarte del mundo, finalmente te encontrás haciendo algo que te concentra cien por ciento. En lo personal lo veo así. Y cuando entrás en ese juego, se te pasan las horas y te olvidás del mundo que está alrededor. Al personaje le pasa eso en su cabeza porque está todo el tiempo haciendo esa neurosis o ese monólogo interior eterno que, en algún momento, le sirve cuando se sienta frente a la máquina de escribir y dice: «Todo lo que pienso lo voy a volcar en una hoja y voy a encontrar placer en contar una historia». Que es la propia.

-«Nos dedicamos a estafar gente», señala irónicamente sobre el trabajo de venta de tours médicos. En ese sentido, su trabajo le hace tener una vida gris, muy común, nada extraordinaria en contraposición a lo que él desea, ¿no?

-Puede ser. Ahí está, otra vez, la neurosis. Es como la inconformidad de cualquier persona que trabaja en un lugar que no le da demasiado placer, donde no se siente valorada. El probablemente cree que está para escribir. Siempre creemos que estamos para cosas más grandes que las que hacemos. Así como cuando somos chicos decimos que queremos ser futbolistas o astronautas, supongo que en el protagonista hay algo de querer ser mucho más de lo que es, que es una forma de encontrar imposibilidades para ver y para actuar sobre el presente. En ese sentido, el protagonista se siente frustrado y es lo que lleva a no poder resolver y a tomar caminos de escape.  

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/579102-sebastian-masquelet-realizo-un-cruce-entre-cine-y-literatura

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